PUNTO DE QUIEBRE
La genealogía de esta exposición tiene su origen en momentos de impacto. Eliana Simonetti perdió su casa en el incendio del Valle de los Artistas y una belleza terrible apareció ante sus ojos, reemplazando el volumen de la vida vegetal por el ritmo lineal del horizonte desnudo, calado por los palos quemados. Luego se sumaron los incendios de bosques en el entorno de Valparaíso, gatillando en ella una voluntad creativa renovada. Así se gestó Punto de quiebre, resultado del esfuerzo por representar una identidad vulnerada pero no totalmente perdida.
El azar la conectó con la que sería su materia prima –los tubos de PVC o polivinilo de cloruro, que utilizaba para el teñido de telas con la técnica japonesa shibori, que significa literalmente “comprimir y estrujar”. El polivinilo es un material industrial tremendamente resistente, pero al calentarlo durante el proceso se deformaba y quedaba inutilizable. Ella intuyó su potencial y experimentó diversos métodos hasta que logró que su esfuerzo diera frutos aplicándole fuego directo y darle forma a una imagen intuida. Ese proceso fue el cierre de un recorrido circular con el fuego, recurso que la artista ya venía experimentando en una muestra anterior.
Tanto las piezas, totémicas en su verticalidad y peso visual, como su disposición colectiva, nos remiten a un espacio ritual. Sumados nos proveen de una representación de la desolación y nobleza de un bosque quemado Tal como lo plantea Levi Strauss, el tótem, cuya función social es siempre protectora, es más un fenómeno intelectual que religioso, es una proyección de estructuras afectivas y compartidas, que ayudan a organizar la experiencia vital. La etimología de bosque es interesante en este punto, porque de su raíz germánica busk proviene la palabra búsqueda. En la obra de Eliana el árbol ha sido un referente constante que ahora vuelve más allá de su condición orgánica. Más allá del punto de quiebre que es la muerte.
Para Eliana Simonetti el arte es una herramienta para investigar, interpelar y subvertir imágenes y materiales. En esta muestra se convierte en una forma de conocimiento sensible que comprende los contextos hostiles, con la crisis climática como telón de fondo, en un Chile que se desertifica. Nos ofrece un espacio sin juicios para recomponer nuestra identidad embestida por tantos cambios.
MARÍA JOSÉ RIVEROS
Licenciada en Arte
Mayo 2022
BOSQUE QUEMADO/MEMORIAL
La aparición del fuego en la obra de Eliana, le abrió un nuevo reino de posibilidades —como a Prometeo—, en cuyo recorrido, de pronto, casi por casualidad, pero gracias a esa atención propia de una naturalista decimonónica, se encontró con la técnica que le permitió ver ante sí este bosque de árboles quemados. Fue un momento de overol, soplete, calor y PVC transmutado hasta lo irreconocible, pero ante ella ya no estaba la materia sino las cortezas más variadas, las transfiguraciones imprevistas, la topografía que sus árboles dibujarían con sus pieles y sus siluetas calcinadas.
Cada árbol puede ser también una escritura, un tótem, la forja de un dios subterráneo, una personalidad. Las hay flamígeras y ascéticas, gregarias y hurañas, frías y salvajes, iracundas y dolientes. Su piel tiene su particularidad, algunas parecen provenir del reino animal, otras están craqueladas, otras lavadas por el tiempo, algunas exhiben pliegues y cicatrices, otras semejan viejos pergaminos o tienen esa cualidad vítrea y mineral de la cerámica.
Al ver desplegarse este bosque de árboles quemados, de escrituras olvidadas, de símbolos acrisolados, de personas arrojadas fuera del foro de la humanidad, podemos hacer rápidas asociaciones con el ejercicio de la memoria, el dolor de la condición humana, la adoración de nuestros dioses penitentes.
Al mismo tiempo, nos obliga a mirar el presente a la cara, en toda su contingente actualidad.
Aquí está la destrucción del planeta, el estallido social, la desesperanza de la ancianidad, el tenebroso futuro que se nos avecina si no somos capaces de aprender del pasado. Pero Eliana combate los malos augurios a golpes de soplete, transfigurando aquello que sufre menosprecio por su carácter utilitario, servil, cloacal, al convertirlo en obra de arte, grabando en cada tubo de PVC una historia, volviéndolo un elemento orgánico, maleable, fuente de vida y de emoción. Pareciera decirnos que no estamos condenados a ser materia doblegada por las circunstancias, que podemos hacerle frente al tedio y a la indiferencia, a la enfermedad, al peso de la vida, al conflicto, e incluso sentirnos protegidos de nuestras propias fuerzas autodestructivas bajo esta nueva piel. O bien que, cuando todo se haya quemado, aún habrá vida en la memoria grabada sobre la corteza de estos árboles.
PABLO SIMONETTI
Escritor
Octubre 2020