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ESCRITURA DE QUEMA

Lejos estamos de las pinturas informal es de Eliana Simonetti. Lejos, también, de la filigrana gráfica de sus arbolarios. Más aún, de las ofrendas objetuales que regulaban su memoria materna. Lo cual no hace más que confirmar la pasión con que aborda cada uno de sus proyectos, sin poner atención en modas ni tendencias, sino llevando cada iniciativa al extremo, sin pensar en los costos simbólicos, como si se tratara de un último refugio. De un refugio psíquico, se entiende. Porque si algunos pintores han sido atravesados por el delirio de la luz, otros lo han sido por el delirio de la superficie. Este es el caso. Dándole a la palabra delirio, simplemente, el rol de un relato de origen, pero usado en un sentido inverso al de la racionalidad figurativa, por ejemplo, si queremos entrar en un debate sobre la determinación de las materialidades y las herramientas. Paqui si hay algo en lo que Eliana Simonetti es experta, es en el uso desviado de procedimientos gráficos que provienen de otros campos, en general, la industria Para el caso, la industria del cuero sintético, como superficie que reúne todos los atributos de la ilusión y la falsificación de un origen. No es cuero natural, sino cuero sintético, que sirve para tapizar, cubrir, decorar, espacios de vivienda, mobiliario, etc. Todos ellos, materiales portadores de un síndrome del falso histórico.

Con la diligencia que la caracteriza, Eliana Simonetti toma prestada la sabiduría ornamental de los pirograbadores para re-invertirla y hacerla trabajar en otro terreno, donde ejercerá la máxima labor de desvío. Es decir, donde será objeto de escritura de quema o también escritura “en la quemada”, en el límite del deseo y de la representación. En la frontera en que se quema la piel simulada que trae consigo el repliegue de la pintura Aplicar calor sobre la superficie, manejando con destreza la proximidad del cautín, que sustituye la pluma que hasta el momento ha sido siempre portadora de humedad, para verificar la presencia de la tinta sobre el papel. Digo bien, sobre, no en el papel. La quema modifica de plano la condición de superficie y modula el efecto de transferencia.

Lo que aparece es la vigencia violenta de la erosión como espacio de deposición generalizada de la firma. El espacio del cuadro se afirma como el lugar de una paródica historia de lo manual, llegando así a recuperar un índice de literalidad, que fluye y divaga conducido por la tactilidad del estilete encendido, en un trabajo que parece consumirse a sí mismo.

Toda su intervención se juega en la cutícula, es decir, la superficie como condición de retención mínima; operando las palpitaciones de una espátula cuyo borde practica incisiones sobre empastes que acogen la sexuación de la materia. La incandescencia es próxima a la indecencia en el desborde de zonas de relieve que están siempre subordinadas a un gesto de retensión perversa. El grafismo incide y se dibuja como herida que asegura su caligrafía en la línea de sutura, a lo menos en dos niveles: lo textual y lo figural. Este es el momento en que la impronta de la quema promueve su máxima ilusión perceptiva, teniendo lugar en un momento de indecisión que suspende el color en provecho del arabesco ilustrador de su propio engendro.

Si hay que pensar en el esfuerzo muscular, la pirografía se acerca a la represión, a la represión del movimiento, a la exigencia de una motricidad fina que ingresa rápidamente en el terreno del marcador de fondo, como si fuera una maratón gráfica. La huella pasa a ser efecto represivo, mediante una operación que se funde como carga cromática desplegada entre el hombro, el codo, la muñeca, el índice y el pulgar. En definitiva, la quema inscriptiva genera el vacío de su confirmación, perturbando la representación del deseo.

Pensar en el trabajo de Eliana Simonetti, implica hacer consideraciones que están en las fronteras de la crítica Para el psicoanalista Didier Arzieu, la piel tiene una importancia capital, ya que proporciona al aparato psíquico las representaciones constitutivas del Yo y de sus principales funciones. Como cada uno de nosotros ha podido experimentarlo, el dolor, cuando es intenso y durable, desorganiza el aparato psíquico.

Valga esta metáfora para establecer cuál es la dimensión simbólica con que Eliana Simonetti ha abordado esta obra, como sustituto de su propio sufrimiento, al intentar restituir mediante un gesto de inversión total, la función de piel continente que la madre pictórica no ha realizado. Haciendo que no lo sabe, lo que hace es poner a la pintura chilena en la posición de estar en deuda con su envoltura narcótica. Para pensar en el destino próximo de la pintura es preciso trabajar sobre la superficie, porque es allí que la homologación con la piel define su valor analítico. Todos sabemos que en la historia de la pista el fantasma del degollamiento juega su rol en las vicisitudes de la representación de la carne. Es como si dijéramos “Sufro, en pintura, por la pintura, luego existo”. Pero lo cierto es que a través de su recurso pirográfico, Eliana Simonetti remeda una fijación masoquista para tener que abordar de modo más controlado las fantasías relativas a la fusión cutánea con la madre. La madre pintura, como lo he sugerido más arriba.

De hecho, habría dos fantasías. Una, relativa al cuerpo desollado; otra, que tiene que ver con la fusión corporal. Lo que parece evidente es que la práctica (intrínseca) de la pintura está puesta en crisis porque remite al fantasma de la separación de la madre. Y resulta claro que en términos analíticos la separación de la madre está representada por el arrancamiento de la piel. Si bien, Eliana opera sobre la ilusión de disponer de una piel arrancada, para simular gestualmente a la encajera imposible, porque el hilo de la costura ha sido reemplazado por d trazo encendido, es decir, trabajo que se consume a si mismo en la representación exacta de su ejecución como escritura de quema.

 

Justo Pastor Mellado
Enero 2013